lunes, 1 de noviembre de 2010

Lugares Comunes

Lugares comunes…

             “Qué difícil no caer en lugares comunes” le dije ayer a una compañera, tal vez de las primeras que tuve… Me refería entonces a la proliferación de frases que no pude evitar decir, aún sabiendo que repetía lo que alguna vez escuché, lo que quizás jamás entendí. Y será porque, de esto de la muerte en definitiva nadie entiende y a todos nos toca, que tratábamos de atraparlo con palabras necias, vacías, anónimas. Pero hoy, después de 48 horas de la muerte del Querido Compañero resignifico los lugares y las comuniones, las del decir, las del estar, las del sentir. Son lugares comunes sí, pero de una comunidad que llora al líder que acaba de perder.
            No puedo decir que mi tristeza comenzara el miércoles, tampoco  pudo expresarse ayer jueves cuando junto a miles de compañeros peregrinamos por más de diez horas para dar nuestro homenaje. En ese momento a muchos nos ganaba la euforia que conocemos desde hace tiempo y que pregonamos hace tan poco; la pasión, la algarabía de estar entre “cumpas”, de sentir al unísono. El deseo de hacernos escuchar, con cantos, emblemas, de mostrar que ahí estábamos. Una mezcla de convicciones que nos acompañan hace años, con pasos dados en el escenario político hace apenas algunos y una sensación de pérdida tan reciente que, creo, aún no podíamos doler. Los “lugares comunes” que tantas veces denosté, empezaron a parecerse a esa sensación de hogar, de familia, de comunidad. Lo común, entonces, era el altar que cada uno levantaba a Néstor, un lugar al lado de aquellos grandes que no conocimos pero que ya guardábamos como al recuerdo más celosamente vivido.  Lo común era el corazón como lugar a donde Néstor empieza a acomodarse con total privilegio.
            Esta mañana desperté y el hormigueo de mis piernas y mis pies había cesado. Caminé por la calle rumbo a mi trabajo y de repente lo supe, ya viajando en colectivo: “perdimos al Líder” Entonces me fue imposible no llorar en medio de ese tumulto cabizbajo por el tedio de la rutina, entonces entendí el llanto desconsolado de aquellos con quienes hablé tras haber recibido la noticia. Pensé en mis compañeros, en los que conozco, los que conoceré, los que jamás conocí… mis hermanos.  Pensé en Cristina como Mujer, pensé en Hebe, en Stella, las Madres.  Pensé en Rafael, Hugo y Lula, los sentí mis padrinos. Pensé en los miles a quienes ayer seguí por espacio de diez horas, los siento mis amigos… Pensé en mi viejo, quien no se pudo convencer, tal vez no tuvo tiempo…sé que el dolor que hoy siento él lo hubiera entendido y respetado porque nace de las convicciones morales que supo enseñarme, porque los ideales que hoy me llenan el alma tienen origen en él, quien me los mostró, me convidó a vivirlos, a apropiármelos, a sentirlos con total libertad. Viejo, lo habrías entendido. Pensé en Perón, pienso en él casi todos los días… Mis evocaciones se hacían cada vez más grandes y urgentes a medida que la ciudad volvía a envolverme en ese anonimato despiadado en que nos sumerge cotidianamente, me sentí sola en medio de un montón de acompañantes de viaje, como tantos otros acompañantes de vida, a quienes ya no podré llamar compañeros.
            Y luego más lugares comunes, minuto a minuto para escudriñar el dolor de los compañeros a través de las páginas del facebook, tras algún comentario de lectores de diario, en las columnas de los periodistas, en los blogs, en los mensajes de texto, en el chat, por teléfono… Así transitamos hoy este viernes de último cortejo, burlando distancias, reuniéndonos a lo lejos, usando los lugares que hacemos comunes.
            Sólo puedo estar ahí, en esos lugares, no me inviten a enajenarme porque no iré. El duelo decretado termina en pocas horas pero el mío será indeterminado. Nadie sabe qué cicatrices nos dejará este dolor, pero confio: las mejores. Y nos tendremos unos a otros, compañeros, para lavarnos las heridas. Unos a los otros hermanados por lo que nunca antes habíamos conocido y que le debemos a Néstor y a los suyos: La Victoria.
            Estamos llorando a alguien a quien no conocimos, pero que nos conoció, y lo dolemos como al mejor de los amigos, como a aquél que nos interpretó antes de saber que necesitábamos ser interpretados, cuando por aquellos terribles años del comienzo del milenio creíamos estar solos en este palpitar ávido de lo popular que no supieron enseñarnos, cuando nos creímos individualistas y salíamos dolorosamente de la adolescencia formados en la indolencia a fuerza y en desesperanza, cuando nos reconocíamos  indiferentes. Hoy sabemos que esa  era otra mentira que nos habíamos tragado. Sucedía que no habíamos experimentado lo que venimos experimentando hace casi una década: el cumplimiento de esos que sólo nos atrevíamos a llamar sueños. Eso fue Néstor un interpretador de sueños, gracias a él salimos de la individualidad y nos decimos “compañeros”. Hoy leí por ahí que “tuvimos que volver sobre nuestro cinismo” y recordé la desilusión de mi abuela cuando, con un aire de grandeza por la inmensidad de la desolación, le dije que no tenía esperanzas y que todo iba de mal en peor. Qué maravilloso fue descubrirme poco a poco tan equivocada. Hoy no somos almas que penan solitariamente, somos ciudadanos que aunamos penas y alegrías, gracias por eso Néstor. Por éste maravilloso lugar común.
            Puedo seguir existiendo en estos lugares comunes, elijo el lugar, elijo lo común de ellos. Voy a decir sin reparos que siento que hasta el día llovió justo a tiempo para que miles transitáramos ayer el peregrinaje a Casa de Gobierno sin ser molestados por las inclemencias del clima. Voy a continuar reflejando la comunidad de esos lugares hasta que me canse, hasta que mi corazón deje de sentirse obligado a ello.
            Hoy quiero estar así, en comunión con los compañeros. Para más tarde quedarán las obligaciones tan alejadas de este duelo. Para más tarde, también, el compartir las “bananadas” que pudimos dejar lejos. Así que no me inviten a la hora feliz del viernes, a celebrar el sábado, a despejarme el domingo. No me inviten a la distracción, no me llamen. No me convoquen a la identificación efímera, no me conviden a alienación, no me conviden a que me pierda. No quiero si quiera oír de las falsas empatías que no pueden existir en quienes no saben ni sabrán jamás lo que es tener un líder, así que no digan que lo sienten, ese es nuestro privilegio. No estoy hablando del gorila, no estoy hablando del contrera, simplemente del amigo que cariñosamente ignora que jamás podrá ofrecernos sus condolencias. Porque este duelo salvaje y surrealista no tiene comparación con ningún dolor por el afecto, sé que no pueden entenderlo, salvo mis compañeros, para quienes reservo de aquí en más ese apelativo. Y los demás, bueno, ya veremos donde nos reencuentra este destino… Hoy quiero estar en el lugar común que habitamos sólo los que sentimos esta inmensa pena.
29/10/10