No hay salida. Cuando se rebaja la dignidad del semejante,
haciéndolo ingresar en una clasificación descalificatoria por su
supuestamente escasa capacidad de entendimiento, de apreciación, de poder de realización,
se paga el costo del empobrecimiento de la propia dignidad. Mi desprecio por
esta posición no es altruista, incluyo al altruismo bajo el mismo desprecio
pues él reproduce idéntica situación que busco cuestionar: la de creer que en
algún lugar del mundo se acopian todos los bienes de la humanidad y que sólo un
grupo de personas están a la altura de apreciar y distribuir diversamente qué
le toca a cada uno. El altruismo, al igual que la ética de la mediocridad se
sostiene en la idea de una superioridad moral desde la cual se dirigen
acciones, palabras, obras, a un otro al que se subestima y que es sometido a
esa consideración berreta. Se le da al otro "poca cosa" dada la infinita caridad del dador en el más profundo desinterés y “por
su bien”. Me repugna. Dirigirse al otro considerando que pertenece a lo popular
o infantil no es diferente a promover cultura de la élite, porque la diferencia
no está en la dirección de lo que se hace sino en la división clasificatoria en
que se sostiene. Por lo demás, no existe el desinterés, y si lo hay, qué pobreza no querer nada.
No me detendré a precisar qué quiero decir cuando hablo de
mediocridad, la transparencia del término lo hace comprensible por sí solo.
Pero supongamos que ilustrar un poco no viene mal, no porque suponga en el
lector una dificultad de entendimiento sino porque me gusta la ilustración.
Entonces digo: existe un sinfín de productos humanos de malísima calidad que se
distribuyen disimuladamente o a cielo abierto bajo el pretexto de que no otra
cosa que esta mala producción pueden recibir aquellos a quienes está destinada.
¿Existen seres humanos de segunda y luego los bienes que les corresponden? ¿No
será que hay producciones mediocres que necesitan crear a esos humanos de baja
calidad para que traguen bazofia sin preguntar? (Se llama capitalismo, tal vez. O mejor: lógica del consumo). Ilustremos con un ejemplo: existen
excelentes, buenas, malas y detestables producciones cinematográficas. ¿Quién
podría decirme que exagero? Sólo estoy poniendo un ejemplo. Pero, aunque
promotora de acuerdo instantáneo, la ilustración que elegí puede generar la
controversia en quien acaso afirme que la consideración que se haga sobre la
calidad de cualquier producto es una evaluación siempre singular. Y es cierto.
Pero si aceptamos que hay diversidad en los gustos (y no me digan que sobre él
no hay nada escrito porque no se ha hecho otra cosa que el catálogo
enciclopédico del gusto desde que el humano escribe) los productos mediocres
hablan menos de quienes los consumen y más de quienes eligieron realizarlos de
esa manera, con mala calidad. Sin embargo se pondera la lógica inversa: “la
gente quiere consumir mierda, démosles mierda”. Lo que se esconde es la
responsabilidad de quien ha promovido la materia fecal en calidad de
comestible. Mucho más que del gusto gastronómico de quien ingiere heces muestra
que su “creador” tiene como único talento aquello que puede producir con el
culo. Tremendo. Por fuera del disfemismo: la ética de la mediocridad se
sostiene en la idea de que lo popular no puede acceder a ciertos niveles de
apreciación estética, pero en verdad esconde la falta de talento de quien
promueve basura.
Podríamos debatir hasta el infinito sobre la estética y
nunca llegar a un acuerdo sobre lo bello. Sin embargo, aunque no es el acuerdo
lo que promueve lo bello sino su búsqueda en el pensamiento, no es esa la
reflexión que me habita en esto que ahora escribo. No se trata aquí de definir ni
aún promover qué es de buen gusto y qué no. No me interesa ubicar en los hechos
la práctica de la mediocridad sino rastrear el argumento que está en su base,
ahora sí, sin eufemismos, es lo que yo llamo la ética del “qué te voy a cobrar…? (si
no tenés con qué pagarme).”
¿Parece que hablo en chino? Sí, parece. Paciencia, no
escribo para facilitarle la lectura a nadie, sólo escribo para quien tenga por
aventura el hecho de leer y espero del lector una exploración activa. ¿Por qué?
Porque escribo para lectores, como hablo para oyentes. De esto se trata lo que
hoy quiero decir: existe una ética que espera algo del otro, una posición
deseante, una acción concreta que en este caso es la de leer. Existe otra
ética, la que sienta la base argumentativa de que el otro "no puede" para ahorrarse
el esmero de crear obras de respetable gusto, con el pretexto de que “la gente quiere
esto”. Tan solidaria es esta ética con aquella que fomenta la realización de
grandes obras hechas a la ligera, no porque procedan de un talento de
espontaneidad genial, como suele afirmarse, sino porque se basan en una suerte de pureza
instintual que comúnmente llaman: inspiración genuina y sin aditamentos
complejos (los cuales, se supone, “todo el mundo desprecia” en la medida en que hay que "llegarle a la gente" y hacerlo en 140 letras.) Todo lo que se
puede decir al respecto es que quienes sostienen ese desprecio popular por lo
complejo en verdad esconden su propia incapacidad de asir nada parecido a la
elevación. Así se constituye esta postura ética que subestima al prójimo como
sujeto, lo considera meramente como un integrante de la masa, lo desprecia, no
espera nada de él más que el hecho de engrosar un número, una estadística. “Artaud
para millones” como ironiza Capusotto o, como me gusta llamarla a mí, la ética
del “qué te voy a cobrar” (si no podes
darme nada, o bien, si lo que te ofrezco es una mierda)”. Desprecio profundamente esta visión de la humanidad, la
desprecié siempre: como docente, como ciudadana, como psicoanalista. Más desprecio
aún me produce el argumento exitista que pretende sostener la justificación de
un proceder berreta so pretexto de “la venta”. Pero al menos el fundamento
comercial no se disfraza de falsa consideración, se evidencia a sí mismo como
lo que es: un sicario del buen gusto, francotirador de la dignidad humana.
Cercano a este argumento está aquél que reza cualquier
enunciado pretendidamente veraz acompañado de una especie de contextualización en
la contemporaneidad, más concretamente se enuncia: “la gente hoy en día quiere...”. ¿Así
que todo el mundo es sociólogo? ¿No será más cierto que quienes sostienen estos
enunciados están hablando en verdad no de la carencia del otro sino de la
imposibilidad de asumir la propia? Los psicoanalistas conocemos de esto, se nos
interroga con frecuencia acerca de la que suponen que es nuestra actividad. Se
nos dicen que nuestra práctica es burguesa,
que no tiene empatía por el pueblo, por el sufrimiento popular. ¿Será cierto? Depende
del psicoanalista, pero uno verdadero (si es que esto existe) sabe que el inconciente no tiene clase social. Suponer
que el psicoanalista es un terapeuta de élite es proyectar la propia
subestimación del semejante al sostener que hay quienes sirven para el análisis
y quienes no. Mientras el psicoanálisis sostenga la dignidad del sujeto como
horizonte de su empeño, apostando a él, no tendrá este problema. Por eso se cobra y, como
dice Lacan “preferentemente caro”, no porque busque en el pago solamente el
objeto monetario como valor de cambio sino porque simbólicamente se pone en
acto el deseo de que el otro, el paciente, se haga cargo. Esperamos de ellos
cosas, yo siempre espero cosas de la gente. También de esta dificultad está plagada muchas
veces la actividad docente:“los niños de
hoy en día…” suele decirse. ¿Y los maestros de hoy en día? ¿Qué hacen para
estar a la altura del mismo día que le suponen al sujeto infantil de lo que
llaman actualidad y por cuyo bien se supone que dan todo? ¿Qué es dar todo?
“Todo” es “nada”. En cambio “mucho” es mejor, porque puede ser suficiente o
insuficiente pero se somete a crítica, principalmente a la propia. Pero ¿"Todo"?
¿Quién puede evaluar qué es todo? “Damos a los alumnos lo siguiente: todo”
Recuerdo a una colega afirmándose en esa expresión, colega que quise y admiré
además, no es su acto lo que someto a juicio en esto que hoy escribo, es, como
dije, el discurso lo que cuestiono, como lo hice entonces: “No. Un buen maestro
no da todo, en todo caso da mucho, la otra parte espera que la ponga el alumno”.
(Vean Merlí, es el verdadero maestro hecho ficción). De esta manera he presenciado el acto ético de otros colegas, aquellos que no temen leer para los niños una cantidad de obras
cuyo lenguaje se supone por fuera de todo uso coloquial de los púberes. Así
conocí el trabajo de mi amiga Verónica quien leía para ellos, PARA ELLOS, y
ellos: fascinados. ¿Entendían? Quién sabe, estaban encantados igual,
apreciaban, gustaban, disfrutaban, porque una maestra los consideraba sujetos
de apreciación artística. Así llegaron a conocer a Cortázar, Bioy Casares,
Silvina Ocampo, Cervantes.
La ética del “qué te
voy a cobrar?” destruye la solidaridad porque supone débiles y fuertes.
Separa los bienes en catálogos: esto es bueno, esto es mediocre, esto es
impresentable pero con aspecto de buen estado. Démosle esto a la gente, a las
masas. Lo que parece bueno… pero no lo es. Y, ¿por qué no es bueno? Es fácil
descubrirlo: tiene menos que ver con la calidad inherente del objeto que con la
posición ética del sujeto que lo ofrece cuando recorta los bordes de lo que da,
en su inmensa superioridad. Porque el mismo dador ya ha evaluado que hay
criterios para dar y cuidó muy bien, en su gran misericordia, de darle al pobre
poca cosa. Lo que no sabe es cuánto se empobrece él en ese miserable acto. Entre
otros casos, los que suscitan mi mayor desprecio, están los que se jactan: “le
damos a la gente entretenimiento, ellos quieren esto” Hay quienes hace más de
treinta años no pueden sino ofrecer esta porquería, ¿no será que son estos
dadores que no pueden generar nada más elevado? A esta altura parece que sí.
Alguna vez tuve quince años, y tuve que ir al diccionario
para entender a Silvio Rodríguez. No me hice más genia, sino más paciente.
Pasaron unos veinte para que hoy pueda captar todo lo que no había entendido de
Silvio y hoy me maravillo en esa experiencia de renovada sorpresa. Vivir, lo
que se dice atravesar vida, no se consigue en un soplo de botella ni vale la
pena que así sea. Por lo demás se pueden acumular 30 años en vano sin haber
alcanzado el más mínimo desarrollo de nada (si no, pregúntenle a Tinelli).
La ética del qué te voy a cobrar está en la base de los
libros de autoayuda. Idéntico argumento: la gente no tiene tiempo de ir al
psicólogo. En cambio sí pueden desperdiciarse 30 años de queja, pero de
trabajar activamente para responsabilizarse ni hablemos.
La ética del qué te voy a cobrar no educa porque no espera
del otro un aprendizaje, no halaga porque no confía en la belleza que el
semejante pueda portar, tampoco gobierna pues sospecha que los ciudadanos son
seres imbéciles. Nuevamente, no negamos que lo san, no afirmamos lo contrario.
Simplemente digo: prefiero otra ética, la que explica porque apuesta al
entendimiento, la que crea porque apunta a la capacidad de goce estético, la
que promueve dificultad a la espera de estimular curiosidad y deseo, la que se
dirige a un sujeto humano, en la convicción de que encontrará dignidad en el
semejante, que es el único modo de alcanzar la propia.