Un gran psicoanalista argentino,
Jorge Alemán, del que lo menos que podemos saber es que siempre desafía a los
discursos hegemónicos, me habilita a no aceptar la coerción sobre el hablar en
pos de evitar quien sabe qué calamidades. Advierte sobre no aceptar el “chantaje
en boga”, ese que, explica, se trataría de “no hablar de ciertas cuestiones
porque se te vienen encima”. Entonces hace una justa diferencia entre el
enunciado y la enunciación, más precisamente: entre lo dicho y el acto de
decir. Así es como extrae del famoso “MMLPQTP” el carácter subjetivo que tiene la
expresión de desagrado popular diferenciándolo de la literalidad del enunciado,
sobre el que advierte: “Nadie está pensando allí en madres, putas o mujeres,
eso sería humanizarlo y el insulto busca otra cosa”.
Esta oportuna diferencia sobre el
acto de enunciar y la enunciación me anima a su vez a pensar en ese “encima” al
que vendría la agresividad del otro y me doy cuenta de que no me interesa. Que se
vengan no a mí sino sobre lo que digo los argumentos que sean, los que se
prefieran. Pero si de algo tengo que cuidarme es de la idea de que lo que digo
es igual a mi ser, como primera medida: no soy lo que digo. Pero por sobre todo
advertir que sobre eso que enuncio siempre habrá algo que agregar, discutir,
interpelar. Así, enuncio: vengan, acudan a decir lo que mi relato les inspire,
manifiesten que mi relato tiene estos y estos otros asuntos por seguir
pensando, pero tengan el cuidado de no “venir encima” sino sobre él, que es más
una actitud “acerca de él” que la de "ponerse encima”.
Supe en estos días que ciertos
sectores del feminismo (sobre el que además aprendí que no puede equipararse a
una organización política y mucho menos esperar de ella una homogeneidad) resolvieron
impedir que acudan a la movilización del 8M lo varones. ¿Cuál es el argumento?
No me interesa, tampoco me da vergüenza mostrar mi desinterés. Simplemente
digo: ES UN GRAVE ERROR. Como no
participo de forma activa de los debates alrededor de esta gran movilización me
ahorro el comentario acerca de por qué ese error me parece grave, dicha
gravedad tiene que ver con las consecuencias políticas de un movimiento que
podría perder su legitimidad en una acción de segregación. NO voy a entrar en
los detalles de esa afirmación, simplemente digo: no lo comparto, no me gusta,
no es el cambio que espero de la sociedad. Pero esa es una opinión personal (y
muy compartida por compañeros y compañeras dentro del feminismo). En esa
opinión personal se incluyen mis ideales y, por ende, mis deseos y afectos. Yo
vivo y pienso un mundo lleno de hombres cuya compañía me deparan satisfacciones
de diversa índole, a veces a pesar de la diferencia sexual, otras veces muy “a
caballo” de ellas. Pero ese es mi mundo emocional. No interesa. Ahora bien,
¿Por qué es un error? Porque entonces no entendí nada del feminismo o bien ese
feminismo no entiende nada de la feminidad. Si la feminidad es una condición
anatómico genética entonces esa feminidad no me interesa, no sólo porque deja afuera
a aquellos y a aquellas cuya feminidad no está dada por nacimiento en la
anatomía sino porque en sí la feminidad que me interesa atañe pero no se reduce
al cuerpo, ni a su forma ni a su imagen, ni a sus usos y ni a sus preferencias
sexuales. Reducir lo femenino a una coyuntura corporal es replicar en el sujeto
la condición de objeto, es confundir la posición femenina a la condición de
hembra, lo cual no se aleja demasiado del denostado macho. Denegar al hombre la
presencia en un acto simbólico de semejante importancia es dejar constancia en
la historia de que ellos tienen culpa por haber nacidos dotados de pene, es
decir, por haber nacido “machos” y, en ese descrédito de la masculinidad, ¿qué
tipo de justicia social se puede hacer? ¿Cómo apuntar a una sociedad más justa
si de aquellos que de forma innegable
están integrados en ella nada puede esperarse? ¿”Totalitarismo” vaginista? Una
persona que espera subvertir el machismo debería poder esperar del otro algo diferente
que simplemente reducirlo a un “macho”. Si las cosas son así, estamos fritos y,
como dijo Mafalda: “poca fe para salir de la sartén…”
Sí, me expreso con ironía, que es
una forma solapada de hostilidad, pero entiendo que la hostilidad que me genera
es la que está haciendo retroceder a muchos y muchas de la idea de sumarse a
una movilización que en lugar de pregonar el cambio social parecería más
preocupada por disputar el falo que tanto dicen despreciar. Despreciar el falo,
por lo demás, es absurdo, ir más allá de él es otra cosa, es la apuesta que
vale la pena intentar. Ver en el semejante sólo a un portador de pene no creo
que sea la forma, más bien es una réplica de lo que se supone transformar. Ir
más allá del falo es no dejarse imponer una medida normalizante y moralizante
de cómo deben ser las cosas, de cuál es el rol que toca a cada sujeto por el
hecho de portar o no el mentado pene o, en su lugar, la equiparada vagina. Como yo no me siento una vagina (me importa un
carajo mi vagina, si tengo que tomar algún elemento en cuenta para mi posición
sexuada). Hacerse representar por un clítoris, una vulva, o cualquier fragmento
del cuerpo es imponer e imponerse un ordenamiento y, como sabemos los
psicoanalistas, todo ordenamiento es fálico, “Normachizante”.
Haber entendido mi situación tal
vez privilegiada, la de haber sido educada con el máximo de libertad que puede
darse (que siempre es ética) me hizo comprender que, mientras existan sujetos
condicionados y sometidos por su condición de género, el feminismo es
necesario. Pero no suscribo a ninguna de las expresiones incluidas en él que
repliquen la normachización que pretenden cuestionar. Es ridículo, y, peor aún:
peligroso.