lunes, 5 de marzo de 2018

La "normachidad" fálica en el 8M.


Un gran psicoanalista argentino, Jorge Alemán, del que lo menos que podemos saber es que siempre desafía a los discursos hegemónicos, me habilita a no aceptar la coerción sobre el hablar en pos de evitar quien sabe qué calamidades. Advierte sobre no aceptar el “chantaje en boga”, ese que, explica, se trataría de “no hablar de ciertas cuestiones porque se te vienen encima”. Entonces hace una justa diferencia entre el enunciado y la enunciación, más precisamente: entre lo dicho y el acto de decir. Así es como extrae del famoso “MMLPQTP” el carácter subjetivo que tiene la expresión de desagrado popular diferenciándolo de la literalidad del enunciado, sobre el que advierte: “Nadie está pensando allí en madres, putas o mujeres, eso sería humanizarlo y el insulto busca otra cosa”.
Esta oportuna diferencia sobre el acto de enunciar y la enunciación me anima a su vez a pensar en ese “encima” al que vendría la agresividad del otro y me doy cuenta de que no me interesa. Que se vengan no a mí sino sobre lo que digo los argumentos que sean, los que se prefieran. Pero si de algo tengo que cuidarme es de la idea de que lo que digo es igual a mi ser, como primera medida: no soy lo que digo. Pero por sobre todo advertir que sobre eso que enuncio siempre habrá algo que agregar, discutir, interpelar. Así, enuncio: vengan, acudan a decir lo que mi relato les inspire, manifiesten que mi relato tiene estos y estos otros asuntos por seguir pensando, pero tengan el cuidado de no “venir encima” sino sobre él, que es más una actitud “acerca de él” que la de "ponerse encima”.
Supe en estos días que ciertos sectores del feminismo (sobre el que además aprendí que no puede equipararse a una organización política y mucho menos esperar de ella una homogeneidad) resolvieron impedir que acudan a la movilización del 8M lo varones. ¿Cuál es el argumento? No me interesa, tampoco me da vergüenza mostrar mi desinterés. Simplemente digo: ES UN GRAVE ERROR.  Como no participo de forma activa de los debates alrededor de esta gran movilización me ahorro el comentario acerca de por qué ese error me parece grave, dicha gravedad tiene que ver con las consecuencias políticas de un movimiento que podría perder su legitimidad en una acción de segregación. NO voy a entrar en los detalles de esa afirmación, simplemente digo: no lo comparto, no me gusta, no es el cambio que espero de la sociedad. Pero esa es una opinión personal (y muy compartida por compañeros y compañeras dentro del feminismo). En esa opinión personal se incluyen mis ideales y, por ende, mis deseos y afectos. Yo vivo y pienso un mundo lleno de hombres cuya compañía me deparan satisfacciones de diversa índole, a veces a pesar de la diferencia sexual, otras veces muy “a caballo” de ellas. Pero ese es mi mundo emocional. No interesa. Ahora bien, ¿Por qué es un error? Porque entonces no entendí nada del feminismo o bien ese feminismo no entiende nada de la feminidad. Si la feminidad es una condición anatómico genética entonces esa feminidad no me interesa, no sólo porque deja afuera a aquellos y a aquellas cuya feminidad no está dada por nacimiento en la anatomía sino porque en sí la feminidad que me interesa atañe pero no se reduce al cuerpo, ni a su forma ni a su imagen, ni a sus usos y ni a sus preferencias sexuales. Reducir lo femenino a una coyuntura corporal es replicar en el sujeto la condición de objeto, es confundir la posición femenina a la condición de hembra, lo cual no se aleja demasiado del denostado macho. Denegar al hombre la presencia en un acto simbólico de semejante importancia es dejar constancia en la historia de que ellos tienen culpa por haber nacidos dotados de pene, es decir, por haber nacido “machos” y, en ese descrédito de la masculinidad, ¿qué tipo de justicia social se puede hacer? ¿Cómo apuntar a una sociedad más justa si  de aquellos que de forma innegable están integrados en ella nada puede esperarse? ¿”Totalitarismo” vaginista? Una persona que espera subvertir el machismo debería poder esperar del otro algo diferente que simplemente reducirlo a un “macho”. Si las cosas son así, estamos fritos y, como dijo Mafalda: “poca fe para salir de la sartén…”
Sí, me expreso con ironía, que es una forma solapada de hostilidad, pero entiendo que la hostilidad que me genera es la que está haciendo retroceder a muchos y muchas de la idea de sumarse a una movilización que en lugar de pregonar el cambio social parecería más preocupada por disputar el falo que tanto dicen despreciar. Despreciar el falo, por lo demás, es absurdo, ir más allá de él es otra cosa, es la apuesta que vale la pena intentar. Ver en el semejante sólo a un portador de pene no creo que sea la forma, más bien es una réplica de lo que se supone transformar. Ir más allá del falo es no dejarse imponer una medida normalizante y moralizante de cómo deben ser las cosas, de cuál es el rol que toca a cada sujeto por el hecho de portar o no el mentado pene o, en su lugar, la equiparada vagina.  Como yo no me siento una vagina (me importa un carajo mi vagina, si tengo que tomar algún elemento en cuenta para mi posición sexuada). Hacerse representar por un clítoris, una vulva, o cualquier fragmento del cuerpo es imponer e imponerse un ordenamiento y, como sabemos los psicoanalistas, todo ordenamiento es fálico, “Normachizante”.
Haber entendido mi situación tal vez privilegiada, la de haber sido educada con el máximo de libertad que puede darse (que siempre es ética) me hizo comprender que, mientras existan sujetos condicionados y sometidos por su condición de género, el feminismo es necesario. Pero no suscribo a ninguna de las expresiones incluidas en él que repliquen la normachización que pretenden cuestionar. Es ridículo, y, peor aún: peligroso.